Blaise Pascal
Constitución del hombre y sus acciones
La vida y obra de Blas Pascal, por los menos en lo intelectual, puede dividirse en dos períodos: uno antes de su conversión, en el cual contribuyó a la matemática y a la física, y otro después de la noche de fuego, como él solía llamar su religiosa conversión, tiempo que dedicó a la reflexión teológica y filosófica. También a tal lapso se le podría caracterizar por una preocupación por la vida interior en el que su razón y su espiritualidad se debatían por responder preguntas existenciales, como dirán luego los pensadores de la existencia. De esos años de constantes y dolorosas reflexiones es la obra "Los pensamientos", escrita en forma de aforismos, en la cual están sus ideas sobre el ser humano, así como unas consideraciones del comportamiento humano con sus motivaciones más íntimas.
Una segunda vida de espiritualidad jansenista movió a Pascal a pensar sobre qué es el hombre. Una pregunta que le interrogó por su esencia y por la de los demás, como por su constitución natural. Es claro que con este tipo de pregunta, Pascal se inscribe entre los filósofos y filósofas que plantearon una visión de ser humano, en otras palabras, se adentraron en la antropología filosófica, con sus reflexiones. En esta etapa de aflicciones y de placeres mínimos, otro aspecto recurrente es la moral. Son dos tópicos que se relacionan con la moralidad: el egoísmo y la miseria humana, consideraciones que siempre están acompañadas por la doctrina del catolicismo, aunque en ocasiones pareciese que Pascal no estuviese de acuerdo con los preceptos de conducta humana desprendidos de la doctrina o de los textos sagrados.
Primeramente, miremos la parte antropológica. En Pascal hay una reflexión del ser humano que subraya la miseria, estado que proviene de no ser Dios, pero tampoco de no ser un animal, pues este último no tiene un combate interno entre sus emociones y su razón, ya que su vida está dominada absolutamente por el instinto y en menor medida por unas emociones. Así mismo, el hombre se ve como un ser que está entre dos infinitos inciertos, puesto que no sabe de dónde proviene ni cuál será su destino inmediato o aquel después de la muerte, por demás, tiempo eterno. Su miseria se agudiza ya no cuando se inquieta por los dos infinitos que hay entre su vida, sino al preguntarse por quién lo ha apuesto en un mundo desconocido, por orden y voluntad de quién y por qué en este tiempo.
"El hombre es una caña, quizás, la más frágil de la naturaleza, pero es una caña pensante", esta frase famosa de Pascal resume de cierta manera sus apuntes sobre el ser humano, una idea un poco pesimista del ser creado por Dios. Así pues, de forma negativa o apofántica, nos dice, lo que es el hombre, un ser sin omnipotencia, sin suprema fuerza, sin ningún tipo de salud inquebrantable en lo físico y mental. Ciertamente, el ser humano es débil y frágil, a tal punto que cualquier cosa del universo puede exterminar con un individuo de su grupo o con todos. No obstante, en él, hay una cualidad que le otorga superioridad: su capacidad de pensar, de resolver enigmas y conocer la naturaleza. Pero esa misma susodicha capacidad de pensar se convierte en una paradoja porque es causa de su grandeza y al mismo tiempo de su debilidad, en tanto que es la que devela la fragilidad y la nimiedad de su constitución.
En Los pensamientos no sólo se encuentran expresiones cortas que resumen una idea antropológica, también hay imágenes. Una de ellas describe a un grupo de hombres encadenados que observan como sus compañeros son asesinados y ellos, sin poder evitar su futura muerte, esperan su turno. Esta pintura trata de reflejar el dolor y la miseria del ser humano: capaz de observar por medio de sus sentidos e imaginación que lo que se avecina provocará dolor en su ser.
Esa capacidad de imaginar o recrear un futuro también es motivo de fatalidad. No vive el presente con toda plenitud, pues uno de sus rasgos fundamentales consiste en estar abierto a posibilidades. Esta misma aptitud imaginativa que abre camino a la posibilidad le juega una mala pasada, pues a menudo se preocupa más por los eventos venideros o se crea un futuro que nunca llegará o se demorará en volverse realidad que se le escapan los segundos del presente. En cuanto a la relación con el pasado, no es mejor que con la del futuro, ya que se preocupa o se desvela por aquellas oportunidades que dejó pasar tanto que olvida el instante. Esos dos desvelos, uno por el pasado y otro por el futuro, hacen que ignore completamente el tiempo que verdaderamente importa: el presente. Ese olvido, por el presente, se intensifica cuando la promesa del futuro es la fama y el dinero.
Se deja absorber tanto por las cosas exteriores que olvida reflexionar sobre su condición antropológica, que tal vez sea lo más importante de su vida. Al igual que los antiguos filósofos griegos, Pascal aboga por que el hombre se interese por un autoconocimiento. Vale resaltar aquí que está actividad no se sumerge en un tiempo futuro o pasado como sí sucede cuando se interesa por la fama y los bienes. Esa mirada al interior, a la esencia individual, se puede hacer a través de la razón, pero con ella no basta; dice el filosofo francés que este atributo humano no accede a la condición esencial del hombre como lo sí es logrado por el corazón. En suma, aconseja que es necesario una interacción de razón y corazón, entendido este como intuición sensorial, para conocerse a sí mismo, incluso esta dupla debe participar en la búsqueda del conocimiento de los principios fundamentales del mundo exterior.
¿Qué dice el filósofo francés sobre la ética? Esta será, en la segunda parte, la pregunta a responder en el presente texto. Ahora bien, si confrontamos la posición de Hume y la concepción del filósofo francés con respecto a el egoísmo, resultaría una oposición total. Por su lado, Hume considera el egoísmo como un acicate de la perfección una humana, es debido a un amor propio que el individuo mejora sus destrezas físicas y intelectuales y por ese mismo sentimiento compite con con los otros y es en tales disputas donde acrecienta su habilidades. Por su parte, Pascal ve este sentimiento como un impedimento para que el hombre alcance la felicidad y para que, por desgracia, caiga en la miseria. De igual manera, culpa al amor propio de ser la fuente de todos los vicios humanos, dado que le impide al hombre ser perfecto y feliz.
Nota en el hombre una tendencia a encubrir vicios que manchan sus pretensiones de perfección. Por eso, según Pascal, pone todo su cuidado en ocultar sus defectos ante los demás, y no soporta cuando otro se los descubre y los cuenta a los demás. Resulta contradictorio que odie a quienes saque a la luz sus vicios y con ellos la verdad; y ame a quienes participen de la ocultación de sus falencias y sus mentiras. Esto se debe a, en palabras del autor, "la verdad de como somos es una medicina muy amarga". Por esta misma razón, procura eludir los vicios de los demás y así ganar su aprecio o reconocimiento.
Para atacar o disminuir el egoísmo natural, Pascal propone que cada ser humano se odie a sí mismo y acompañe a este tratamiento a base de odio con un abnegado amor por las otras personas, pero esto no es suficiente, es necesario un elemento adicional: tal sentimiento por el prójimo debe dirigirse a Dios, en este caso con mayor intensidad.
Ahora bien, el filósofo francés, bajo métodos racionalistas, no compartía varias de las argumentaciones que los teólogos exponían para sostener los dogmas de fe. Por ejemplo, la idea de pecado original como algo heredado desde Adán y Eva lo calificaba como un absurdo. Para él, de todos los misterios de fe, era el más irracional, pero por ello no se negaba a creerlo, pues concebía que era parte importante de la fe y la moral católica. Era, pues, misterio importante para la ética cristiana porque a esa naturaleza pecaminosa le correspondía una capacidad misteriosa, llamada conciencia, que provocaba que el hombre se diera cuenta de sus miserias y pecados. Además, gracias a ella pude juzgar acciones propias y ajenas como erradas o correctas según lo revelado.
Resulta curioso el papel que desempeña la razón en el ámbito de la moral. Según Pascal, este campo está fuertemente dominado por las pasiones o lo que él denomina los dictados del corazón, la razón es neutral en cuanto al discernimiento de lo bueno y lo malo. Con respecto a la tendencia o inclinación de las pasiones al mal, no duda nuestro filósofo en afirmar que es un ser radicalmente malo, está inclinado hacia el mal desde su nacimiento. ¿Cómo se revela esto en la criatura humana? Se manifiesta en la deshonestidad, en mostrarse superior cuando en realidad son meras fantasmagorías lo que dice, en los engaños que arma para elevar su imagen ante los otros, etc. Para Pascal, una solución a este mal congénito es cambiar radicalmente el amor propio por desprecio, reduciendo así el egoísmo, origen de todo mal.
Referencia
Malishev, M. (2009). Blaise Pascal: el enigma de la caña pensante. pp. 59-57.
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